Un tímido sol.

 

Tengo la sensación de que la noche ha sido agitada porque me encuentro extraña, parece que he luchado con cien dragones en alguna guarida lejana y con otros tantos osos hambrientos. Supongo que aunque estoy despedazada he conseguido escapar de sus zarpas y eso debería ser suficiente para serenar mi ánimo y atenuar el cansancio, pero no es así. Con mucha dificultad consigo encontrar una postura cómoda en la cama y siento como mi mente deja de poner resistencia, me duermo casi al instante.

Es tarde, veo claridad a través de mi ventana aunque no demasiada, enciendo la lámpara y compruebo que una noche más ha llovido pero ahora luce un tímido sol, no me importa que el día esté melancólico porque yo me encuentro bien, mi cuerpo es ligero como una pluma y mi cabeza esta lúcida y en calma. Me apetece disfrutar del día y salgo al mundo sin ningún tipo de proteción, no la necesito. Estoy radiante y desde mi alegría veo gente feliz, me gustan esas sonrisas sanas y esos ojos ávidos de descubrir nuevas sensaciones. Este día debería alargarse para siempre, me entusiasma. 

Ha oscurecido y la rutina me devuelve a mi casa. Hay mucha gente… demasiada; no recuerdo que hoy se celebre ningún aniversario triste, porque sus caras están afligidas y de sus ojos brotan lágrimas de desconsuelo. No entiendo nada.

 Y al entrar en mi habitación me doy cuenta de que esta mañana no he despertado.