La maldad está sola.

 

El primer día que te vi en aquel banco medio sentada, agarrada al respaldo y hundida, fingiendo no haberme visto, me costó reconocerte.  Porque la imagen que tengo de ti no es la de un ser desarmado, sino todo lo contrario. 

Para ti que nunca has tenido corazón ni pizca de humanidad, el ser jefa era una bendición para desarrollar la tortura sin contemplaciones ni represalias de nadie, disfrutabas viendo a la gente llorar de desesperación y de impotencia, te sentías poderosa al gritarnos con todas tus fuerzas con sonidos demoniacos sin razón alguna, tirándonos a la cara el trabajo con desprecio y escupiendo los adjetivos mas ruines que de ti salían… solo para demostrar que tu mandabas y tenias el poder absoluto.

De nada servían las quejas a tus superiores porque sus respuestas siempre eran las mismas: “es la que mas producción saca de todos los talleres”. Denunciarte era impensable porque seria un juicio sin testigos ya que el miedo a las represalias era mayor que las ocho horas de insufrible suplicio.  Contaban que hacia unos diez años una chica le echo valor y rabia y te denunció… pero no tuvo en cuenta que el miedo no deja paso a la razón y el resultado no fue legal. Tuvo que afrontar las costas de un juicio perdido por "difamación" y naturalmente se quedo en la calle. Pero lo peor fue tragar la imagen de tu cara con esa sonrisa triunfadora y esos ojos penetrantes de odio sin límites.

Muchas nos fuimos de la empresa y a otras las has echado sin contemplaciones

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Y sin ti disfrutamos de la vida, nunca te olvidaremos por más vidas que vivamos pero ya no nos importas, seguiremos siendo felices ignorándote sin más.

Y ahora que tu mala imagen se ha puesto delante de mi después de todos estos años, sin nadie a tu alrededor, desaliñada y agarrándote para no caerte… no me das pena ninguna, no deseo que te caigas, pero agárrate, porque si estas en el suelo no  será mi mano la que te levante.