Un té para dos.

Te has ido. Me has dicho adiós con la voz callada del que no sabe que decir, pero te he oído y con nostalgia me he despedido.  Siempre fuimos libres, sin firmas ni ataduras.

Un té de caramelo y vainilla para recordar ese día casual que con picardía provocó nuestro encuentro.  Hace ya tiempo un ave sin nombre que orgullosa rozaba las nubes se posó en mi ventana y me contó que había muchos tipos de nubes,  que había algunas muy especiales que solo se dejaban ver cuando presentían ser el centro de atención de dos seres que sin saberlo estaban a punto de conocerse.

  Una mañana al asomarme a mi ventana vi una nube que despertó mi curiosidad, su color se asemejaba a ese que todavía no se había inventado, mi imaginación me llevó muy lejos, recorrí paisajes encantados y después de un tiempo regresé, fue cuando me di cuenta que en la ventana de al lado estabas tu, contemplabas esa nube con los mismos ojos que yo.

Hemos disfrutado del tiempo todo lo que hemos querido, pero ambos sabíamos que las nubes jamás se detienen, necesitan seguir su camino.

 Se desvanecen y detrás se forman otras similares y tal vez únicas como la que un día se mostró ante nosotros... y nos unió.