Cuenta la leyenda que…

En uno de mis paseos por la playa, una tranquila tarde de otoño un anciano con mas años que canas y dulce mirada se me acercó, nos sentamos sobre la arena  y me contó una historia increíble;  su voz era como una melodía  y con la mirada fija en el firmamento empezó su narración: “una tarde indecisa cuando el sol todavía no se había ocultado y la luna quería asomarse, del cielo descendió una gran esfera de colores que se estrelló en las aguas del mar, su luz iluminó un pueblo que hasta entonces solo había conocido el grises … los lugareños estaban entusiasmados, eran dichosos de poseer tanta belleza, esa que antes no habían advertido. Se miraban y se alegraban porque en el lugar de la monotonía había surgido la diferencia. 

Ya sus noches no eran largas ni apagadas, las estrellas las alumbraban más que nunca y avivaban los sueños que jamás antes se habían atrevido a soñar. Al alba se reunían en la playa y entre gestos y guiños pedían al cielo que la fantasía nunca de allí desapareciera.

Pasaron….... nadie sabe cuantas generaciones por aquel mágico lugar, donde los corazones solo conocían la felicidad y el sonido de las risas. 

Una tarde no hacía muchos años un forastero se topó con el pueblo por casualidad y no supo comprender la dicha y el orgullo de todo un pueblo a causa de una leyenda. Los lugareños tampoco entendían lo que el forastero les contaba de su mundo, un mundo oscuro donde los colores hay que pintarlos, donde se compran los sueños y se venden ilusiones, donde la amistad no siempre es sincera, donde duele el amor… 

 

El forastero se volvió a su mundo triste y pensativo, sin todavía saber que en una de sus playas esa tarde había caído una gran esfera de colores sobre el mar…”

Cuando terminó, nos miramos y después de leer en mis ojos me dijo: “No dudes. Esas ilusiones y sueños existen, solo tienes que cerrar los ojos y mirar dentro de ti. Los encontrarás si sabes buscarlos, como lo he hecho yo hace unos años.”

Y cerré mis ojos…