Noches de verano.

Tumbada sobre la cama de mi habitación me siento aplastada por las gotas de sudor que invaden mi cuerpo, ¡pesan!, cada una de ellas son lastres de plomo y me hundo sin remedio en el colchón, un colchón que si pudiera quejarse pediría compasión.

 Veo hacia la ventana abierta…,   ojalá alguna ráfaga de aire quisiera entrar y tal vez quedarse un rato para renovar esta atmósfera viciosa. ¡Pero no! No hay aire…, empiezo a creer que se gastó o que tal vez  el calor lo exterminó; mis ojos giran hacia la puerta con la esperanza de que por ahí sí que entre… ¡pero tampoco hay suerte! Y yo me derrito sin remedio… 

Intento levantarme pero ya no puedo despegarme…

En mi impotencia cierro los ojos y visualizo lugares donde el viento es el protagonista, veo como baila con las ramas de los árboles y estas se muevan con fuerza, percibo su poderoso sonido y noto como un poco de ese aire se mete en mis pulmones y refresca mi cuerpo. Todo se vuelve armonía, inspiro con fuera y entran en mi los olores verdes del  campo, el color de sus flores y la suavidad de sus nubes adornando el cielo.

Siento mi cuerpo sobre la fría y suave hierba…, sonrío y disfruto de todo lo que toco y noto en mi piel, ¡no abro los ojos!, no quiero que esta sensación desaparezca de mí.  Ahora formo parte de la naturaleza, soy parte de ella…

¡Adiós calurosa casa! Olvídame.