Tacones rojos sangre.

Extraña mañana…, primero el coche no quiso arrancar y después esa espesa niebla que llenaba sus pulmones y dejaba en su cara una finísima humedad camino de la parada de autobús.

Apenas se distinguía nada, sin embargo la vio… ¡o creyó verla! Caminaba con los ojos fijos en aquella visión que entre luces de colores brillaba a esa hora en donde la Luna todavía era la reina del cielo con todo su esplendor.

Cruzaba la calle con prisa e impaciente por llegar y comprobar que ella estaba allí…, mirándole, tal vez esperándole...

…¡Y estaba! Y le miraba solo a él… ¡creyó morirse y resucitar sobre una nube de algodón blanco y suave donde esa mujer tan hermosa le sonreía con labios rojos encendidos, sentada en el columpio de un legendario roble…, se columpiaba y sus cabellos se mecían libres lo mismo que su camisa larga y blanca, con muy pocos botones abrochados. Estaba totalmente hipnotizado…, era incapaz de moverse y dejar de mirarla… ¡se le había caído un zapato! El elegante zapato rojo sangre con tacón de aguja se había clavado en la corteza del roble…, destacaba en aquel paisaje albino; vio su pie desnudo y sus rojas uñas…, la miró a los ojos y supo que ella adivinaba sus pensamientos, por un segundo se sintió desnudo sabiendo que ella estaba en su interior…

El autobús abrió sus puertas y él a desgana se subió…, a través de la ventana no dejo de mirarla, ni ella a él…

El día le resulto agotador, deseaba con locura que llegara la mañana siguiente para volver a verla…, ahora sabía que era a él a quien ella esperaba.

Despertó sobresaltado. Se sentó en el borde de la cama intentando calmarse… ¡y lo vio! ¿Cómo era posible? Uno de los zapatos rojos estaba allí…, colocado al lado de los suyos. 

Corrió a la parada del autobús y asombrado comprobó que en la marquesina estaba el hueco de su silueta, todo lo demás permanecía impoluto…, incluido el otro zapato clavado en el roble y el columpio que vacío se movía…

La niebla se hizo irrespirable, le costaba tomar aire…, cerró los ojos un segundo ¡dios le ardían los labios! Sus dedos los rozaron comprobando que se quedaban impregnados en carmín rojo sangre….

¡Se giro y buscó! La calle estaba vacía…